De los toros

1:24 a.m.

Pablo Picasso
Fue parte de mi herencia paterna, la afición por la tauromaquia fue parte de mi educación. Las generaciones de hoy no lo entienden, son muy blandos y rosas. Desde la primera fila de tendido, vi muchas veces la muerte de seis bureles y tres toreros jugándose la vida ante una afición, que todavía era, exigente. Tendría unos cuatro años cuando presencié a Curro Rivera por primera vez. Al salir de la plaza, mi padre me compró mi diminutos capote, montera y estoque de madera, y ahí en el polvo que se levantaba alrededor de la plaza, mientras mis padres comentaban la tarde con sus amigos y seguramente planeaban la fiesta que seguiría en la noche, me puse a torear de salón. Yo no entendía porque me emocionaba tanto lo que había visto. Todos los adultos formaron un redondel alrededor de mi, y ante ese improvisado ruedo y público hice mi primera y última faena. Si mi padre no hubiera muerto unos pocos años después estoy seguro que el traje de luces hubiera sido mi uniforme de trabajo. Sin embargo cuando el faltó, en la familia nos olvidamos de los toros por mucho tiempo, hasta que encontré sus botas para el vino y los libros y el material autografiado que el atesoraba. Toda esa pasión volvió a mí y fue en un buen momento, el último buen momento de la fiesta brava. Aun tuve la suerte de vivir una tarde de 10 orejas y un rabo, ganados a pulso, no regalados, la mejor tarde a la que asistí en vivo. Y es que la pasión que la fiesta genera se queda tatuada, se guarda atrás de los ojos, lo que mueve en el alma es muy profundo. Todavía hoy es un tema del que me emociona hablar, anécdotas, situaciones presenciadas o leídas o escuchadas. Todas tienen ese aire mítico reservado a los héroes. Pero eso es pasado, hoy ya no hay afición, los que saben de toros son tan pocos que se pierden en el silencio de sus recuerdos y prefieren reservar sus opiniones ante los tantos ignorantes que las robarán y las exhibirán como propias. La afición se transformó sólo en público, nada diferente del que va a un partido de soccer, ya no exigen a los toreros, simplemente porque el entendimiento de una faena les es vedado. Ya no hay toros tampoco, su figura y bravura es un derivado de los caprichos, que las figuras de la época post dorada del toreo, legaron a las futuras generaciones. Hoy los trofeos se regalan, los antitaurinos hacen manifestaciones afuera de las plazas y ganan juicios de prohibición, las botas ya no pueden llevar vino porque entra en conflicto con la empresa que vende licor, los picadores montan auténticos tanques, y las cornamentas cada vez son más cómodas, pequeñas y romas. Ya no hay fiesta brava, punto. Los toros solo quedan en mis recuerdos cuando honro la memoria de mi padre y los toreros caídos en su labor junto a los toros bravos que pasaron a la historia, indultados o peleando hasta el último momento. Las plazas llenas de sol de la tarde atestadas de gente derramando alegrías y sustos. A los toros ya no se les entiende, es hora de cerrar las plazas y reconocer que lo mejor ha pasado, que el mundo ya no tiene el valor que se necesita para que la fiesta viva. Ahora que se mata a distancia, se olvida rápido el pasado, el drama mas importante es el que muestran los realities y sacrificio es solo una palabra tabú ya no hay espacio para la tauromaquia. La fiesta de toros ha muerto, larga vida a la fiesta!

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