Embelesamiento

11:18 a.m.

Desde cuándo las Diosas yacen con los hombres? O peor aún, con escritores que no han terminado nunca nada? Y sin embargo ahí estaba yo, mordiendo la parte interna de sus muslos, apretando con mis manos cada extremo de su cadera y respirando el dulce olor de sus jugos que escapaban, incontenibles. Sus ojos brillaban en la oscuridad, lo juro, aunque no debería de sorprenderme, no era de ésta Tierra. El lecho ardía. Su cuerpo me consumía, me absorbía y nada más tenía cabida, ni siquiera el tiempo, en ese espacio sagrado. Sólo sudor, labios, su vulva incandescente, mi falo empapado, su cabello en cascada sobre mi cara, sus pezones coronados por mi saliva. Y sus manos, tapando su propia boca, para evitar desgarrar, con un grito, la madrugada. 

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